Topografía del
Tártaro o, quizás, mejor de
Los infiernos según los paganos. Y es que los griegos y los romanos tenían otra geografía de los lugares de ultratumba. Si la tradición cristiana imagina básicamente dos lugares: el cielo supraterrenal y el infierno subterráneo; los griegos situaban toda la vida ultraterrena en el subsuelo. Y el lugar, en concreto, se denominaba el Tártaro. Un inframundo, éste, tenebroso y oscuro, apto para infringir a las almas de los muertos un sufrimiento y un tormento
ad aeternum.
Hay, con todo, en este ecosistema abisal personajes y lugares destacables. Y así, por ejemplo, era
Hermes, el mensajero del Olimpo, quien tenía la encomienda de acercar el espíritu de los muertos a la orilla del río
Aqueronte -el río terrible, situado en el región griega del Epiro-. Allí el barquero
Caronte los recogía, previo pago de un óbolo, y los conducía a la otra orilla, donde el perro
Cerbero, de tres cabezas, vigilaba que ningún extraño entrase al
Hades -término sinónimo de Tártaro-.
Como han sido pocos los vivos que han visitado tan sórdido lugar, no tenemos una descripción precisa del Hades. Pero parece que tanto el río Aqueronte como el río
Leteo -"olvido"- confluían en enorme laguna, cuyo nombre,
Estigia, significa "odiosa". Al cruzar, por tanto, las almas este lago, por influjo de las aguas minerales del Leteo, perdían toda memoria de su vida.
Teniendo en cuenta estos datos es posible comprender mejor este soneto de Francisco de Quevedo, considerado por
Fernando Lázaro, el mejor de las letras castellanas:
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera:
mas no, de esotra parte, en la ribera, 5
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado, 10
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Oigámoslo ahora recitado por el actor José Luis Gómez.